Durante los dos primeros meses del sexenio actual el gobierno ha sido dominado tras bambalinas por Andrés Manuel López Obrador. No hay duda de ello. Hasta ahora, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha fungido como fiel y eficaz administradora de la regresión autoritaria impuesta por su antecesor.
Por razones externas e internas es imperativo que la doctora Sheinbaum demuestre con hechos contundentes que ella es la depositaria única del “Supremo Poder Ejecutivo de la Unión”. La primera Presidenta de los Estados Unidos Mexicanos enfrenta la responsabilidad impostergable de ejercer a cabalidad la autoridad y dignidad de su investidura.
Ello implica no permitir injerencias ni mucho menos presiones o amenazas del expresidente de aquí o del presidente electo de allá.
El maximato macuspano es inadmisible e inconstitucional, y se ha vuelto insostenible. Tal diarquía es una aberración política que ofende la dignidad del país y de la institución presidencial.
Adicionalmente, esta denigrante situación representa un peligro inminente frente a las amenazas del autócrata del norte en materia migratoria y comercial, así como de seguridad y soberanía nacional.
Donald Trump no respetará a una “puppet president” (presidenta ‘pelele’).
Claudia Sheinbaum tiene la oportunidad apremiante de mostrarse ante la nación y el mundo entero como la jefa legítima, exclusiva e intransferible del Estado mexicano.
El potencial de la Presidenta Sheinbaum como estadista ha empezado a mostrarse. Su respuesta ante el amago de Trump de imponer un arancel del 25% a todos los productos mexicanos que se exporten a los Estados Unidos tuvo una respuesta inmediata y sensata, a través de una carta firme, bien sustentada y conciliatoria.
Sobre la amenaza comercial, la mandataria advirtió: “A un arancel, vendrá otro en respuesta y así hasta que pongamos en riesgo empresas comunes”; por ejemplo General Motors, Stellantis y Ford. Argumentó que tal medida sería contraproducente para los Estados Unidos.
Para referirse al problema del fentanilo, Sheinbaum parafraseó a Eduardo Galeano: “Las armas no las producimos nosotros, las drogas sintéticas no las consumimos nosotros. Los muertos por la delincuencia para responder a la demanda de drogas en su país, lamentablemente los ponemos nosotros.” El planteamiento caló.
Más tarde sostuvo una conversación telefónica con el mandatario estadounidense; Sheinbaum la calificó de excelente y Trump de maravillosa, aunque difirieron en su interpretación de cómo detener la migración allende el Bravo. Buen comienzo.
El mandato de López Obrador se redujo dos meses a raíz de la modificación del artículo 83 de la Constitución, en febrero de 2014, el cual establece que el presidente tomaría posesión el 1 de octubre en lugar del 1 de diciembre como ocurría antes. El ex mandatario ignoró esa reforma constitucional y, en los hechos, ha prolongado su poder durante dos meses. Él quisiera extenderlo a perpetuidad, su codicia de poder es ilimitada. Por ello es urgente ponerle un alto definitivo.
¿Es posible hacerlo sin una ruptura que pudiera afectar la estabilidad del gobierno de la presidenta Sheinbaum?
Debiera serlo si se plantea con firmeza, mediante una argumentación sólida y una actitud conciliatoria. Utilizando la autoridad y poder que le confiere su investidura presidencial, debe prevalecer una sensatez negociada. Todos sus adversarios impuestos en su gabinete, en el congreso y en su partido tienen historiales punibles.
López Obrador no puede ser un factor de debilitamiento de la Presidenta de México ante el peligro inminente para nuestro país representado por Trump. Él sabe mejor que nadie que el mandatario estadounidense cumple sus advertencias y es capaz de imponer unilateralmente aranceles de 25%, sacar a México T-MEC, ordenar un ataque armado en territorio mexicano contra los carteles de la droga, o cualquiera otra locura que se le ocurra.
Especialmente grave es la amenaza contra la soberanía de la nación mexicana que representaría el envío de “equipos de exterminio” encubiertos, acciones con drones o ataques aéreos para combatir a los cárteles de la droga, considerados como grupos terroristas. Así lo han declarado Trump y varios de sus colaboradores más cercanos. (“Equipo de Trump estudia ‘invasión suave’ de México con ‘equipos’ que asesinen a narcos: Rolling Stone”, Aristegui Noticias 28/XI/2024).
El maximato macuscpano denigra la dignidad de la Presidenta de México y, consecuentemente, facilita la vulneración de la soberanía nacional. Es deleznable, peligroso e incluso podría tipificarse como traición a la patria. (Artículo 123, inciso I, del Código Penal Federal).
El tiempo para mostrar con hechos incontrovertibles que la presidenta de México se llama Claudia Sheinbaum Pardo y que es ella y sólo ella quien ejerce la titularidad del poder ejecutivo tiene fechas precisas. El proceso liberador, acompañado de acciones concretas y convincentes, debe comenzar el domingo 1 de diciembre (coincidencia simbólica) y tiene como límite inicial el lunes 20 de enero de 2025 día de la toma de posesión de Donald Trump.
Ha llegado el tiempo de las mujeres. La doctora Sheinbaum es y parece Presidenta. Sólo le falta confirmar que su cargo lo ejerce a cabalidad sin la aquiescencia de nadie.
La época del maximato terminó el 10 de abril de 1936, fecha en que el presidente Lázaro Cárdenas envió al exilio al general Plutarco Elías Calles, quien fungió como Jefe Máximo de la revolución mexicana de 1928 a 1936.
Es importante recordar lo que escribió el presidente Cárdenas sobre el general Calles, días después de que lo obligó a abandonar el país:
“Los que pasan por la primera magistratura del país no deben aspirar a representar mayor autoridad política que el que tiene constitucionalmente la responsabilidad presidencial. Sin embargo, hay casos en que las sirenas, falsos amigos, gritan “tú eres el rey” y ¡cuánta ceguera llega a producir a los que se dejan adular!”
La sabia reflexión del general Cárdenas cobra especial relevancia y actualidad en tiempos de la posverdad y la demagogia desbocada propias del siglo del populismo. Que se oiga bien y se medite en Palenque y en Palacio Nacional; en San Lázaro y en el Senado.
Ni la doctora Sheinbaum ni el país merecemos que el gobierno de la primera presidenta mexicana se vea constreñido; o que pase a la historia como las mediocres y efímeras administraciones de Emilio Portes Gil (1928-1930), Pascual Ortiz Rubio (1930-1932) y Abelardo Rodríguez (1932-1934).
La devastación del poder judicial y de la institucionalidad democrática, ideada por López Obrador y avalada por Sheinbaum, cancelará la instauración de un estado constitucional de derecho por tiempo indefinido. Ello tendrá graves consecuencias políticas y económicas, acaso irreversibles.
La lista de desastres, venganzas y arbitrariedades es tan larga como deplorable: La mal llamada reforma al poder judicial; el desaseo de la sobrerrepresentación; el trueque de impunidad por votos en el Senado; la aberrante “supremacía constitucional”; el caos para la elección de jueces, la invención candidatos; la previsible abstención y la probable captura de los nuevos juzgadores por el crimen organizado; el problema presupuestal y logístico del INE; la vergonzosa imposición de Rosario Piedra en la CNDH; la desaparición de los órganos autónomos para cancelar cualquier supervisión del poder público; y en el caso del INAI para propiciar una opacidad total, siamesa de la corrupción desenfrenada. La ominosa defensa del gobernador de Sinaloa.
Todo ello representa una mancha indeleble para el gobierno actual. No obstante, la historia continúa; aún quedan muchos desafíos por enfrentar y oportunidades que aprovechar.
Reitero mi esperanza (wishful thinking) de que la presidenta Sheinbaum puede llegar a ser una buena gobernante y defender la dignidad del país frente al tirano del norte. La condición es honrar su investidura y deshacerse de los estorbos. La diarquía es insostenible.
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