En el panorama político actual de Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump representan dos visiones que, en el plano retórico, son completamente diferentes sobre el liderazgo, la política interna y la interacción con el mundo, especialmente en lo que respecta a México. Sin embargo, independientemente de quién resulte elegido, lo cierto es que los intereses económicos y políticos de los partidos Republicano y Demócrata resultan siempre de alta complejidad para nuestro país, pues además del resultado presidencial, nuestra relación bilateral depende en buena medida de la composición del Congreso norteamericano.
Desde esta óptica, el discurso de Harris se articula desde un enfoque centrado en los derechos humanos y la justicia social, y ha promovido una agenda que aborda temas de igualdad racial, cambio climático y colaboración multilateral, especialmente en su papel como vicepresidenta en funciones. Por otro lado, Trump, con su estilo característicamente populista y confrontativo, ha priorizado una narrativa que se articula en el lema de “América Primero”, el cual se centra en la reducción de la migración, la confrontación con actores globales y la imposición de aranceles para proteger la industria estadounidense.
Por otro lado, más allá de los discursos y la propaganda, en el ámbito de las campañas presidenciales norteamericanas las fuentes de financiamiento ofrecen una visión interesante de las fuerzas que respaldan a cada candidato. En el caso de Kamala Harris, su respaldo proviene principalmente de grandes donantes demócratas y corporaciones tecnológicas de Silicon Valley, como Apple, Google y Microsoft, además de organizaciones sindicales y de derechos civiles. Estas aportaciones reflejan el apoyo de grupos empresariales que se comprometen con los temas más progresistas y de responsabilidad social, como la igualdad de género y el combate al cambio climático. La presencia de estos donantes sugiere una alianza entre Harris y el sector tecnológico que puede incidir en regulaciones futuras, especialmente en temas de protección de datos y economía digital.
Por otro lado, Donald Trump cuenta con un respaldo considerable del sector energético, agroindustrial y financiero. Empresas como Koch Industries, que tienen intereses en la industria petrolera y de gas, y donantes como el Club for Growth, impulsan una agenda favorable a la desregulación y la reducción de impuestos para las grandes corporaciones. Esta coalición empresarial, aunque con un enfoque hacia el crecimiento económico rápido, también ha apoyado políticas que priorizan la autonomía energética de EEUU, lo que podría contraponerse a los compromisos internacionales de reducción de emisiones de carbono.
Kamala Harris ha subrayado la importancia de la cooperación global para enfrentar desafíos transnacionales como el cambio climático y la crisis migratoria. Su enfoque en la promoción de la democracia y la igualdad de derechos es evidente, y el interés que ha manifestado por fortalecer alianzas con Europa y América Latina abre la expectativa de programas conjuntos en temas de desarrollo económico, derechos humanos y cuidado ambiental. Esta postura coloca a Estados Unidos como un posible “actor colaborador”, que busca matizar sus posturas belicistas y de apoyo a sus aliados en conflicto.
Trump, en cambio, ha mantenido una retórica centrada en la reducción de la intervención en el extranjero, argumentando que Estados Unidos no debe “pagar por la seguridad de otros países”. No obstante, su política de sanciones económicas y presiones comerciales contra países como China e Irán contrasta con esta postura “de mirada hacia adentro”. Con Trump, es previsible una mayor injerencia unilateral en los temas que considere amenazas a la seguridad o economía estadounidense, lo que podría reducir los márgenes de colaboración en organismos multilaterales y exacerbar las tensiones con algunos países de la región, sobre todo por su permanente retórica en contra del multilateralismo y de los organismos internacionales.
Hay otras agendas que, sin duda, son cruciales para México y que han sido abordados por ambas candidaturas; la primera de ellas es la relativa a la migración latinoamericana y mexicana hacia los EEUU. Por su una parte, Kamala Harris ha abordado el tema desde una perspectiva de responsabilidad compartida, proponiendo la inversión en países de Centroamérica y México para reducir las causas que impulsan la migración. Su enfoque discursivo favorece la creación de empleos y el fortalecimiento de instituciones locales para ofrecer mejores condiciones de vida.
Donald Trump, por otro lado, ha mantenido una línea dura de debate proponiendo una política que va más allá de lo “restrictivo” y que se puede ubicar en los ámbitos de la xenofobia”, utilizando incluso amenazas abiertas de aranceles para que México aumente la seguridad en sus fronteras, sobre todo en la del Sur. Su postura rígida implica un enfoque de contención, lo que podría intensificar tensiones entre ambos países.
La segunda agenda es la relativa al tráfico de drogas y la actuación del crimen organizado. La postura de Kamala Harris en este campo implica un enfoque integral que incluye el fortalecimiento del sistema de justicia y la cooperación para combatir el tráfico de drogas, así como el control de armas y su comercialización dentro del territorio norteamericano, lo que podría incidir en algún momento en el mercado nacional ilegal de armas.
En contraste, Trump ha sido directo en su postura contra el crimen organizado, proponiendo inclusive la designación de ciertos cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, amenazando, tanto él como su candidato a la Vicepresidencia, con bombardeos al territorio nacional. Esta posición endurecida podría llevar a un aumento de operaciones unilaterales de Estados Unidos en México y una mayor presión en la relación diplomática. En este caso, México enfrentaría el reto de equilibrar la soberanía nacional con las exigencias de un gobierno estadounidense dispuesto a aplicar medidas drásticas.
Finalmente, en relación con el TMEC, Kamala Harris ha demostrado una postura favorable al comercio multilateral, respetando los acuerdos comerciales y promoviendo la regulación laboral y ambiental dentro del TMEC; en ese sentido, aunque su retórica ha sido más moderada, en la práctica ha votado en contra de la aprobación del tratado y a favor del establecimiento de nuevas medidas de restricción comercial, sobre todo en áreas clave vinculadas con sus empresas financiadoras.
Trump por su parte, en su periodo de gobierno, amenazó con retirarse del NAFTA y posteriormente impulsó la renegociación que dio lugar al TMEC. Su estilo retórico es volátil y se basa en constantes tácticas de presión, lo que llevó, en los hechos a que su administración se inclinara hacia el proteccionismo y la imposición de aranceles, lo cual podría reaparecer en una nueva administración.
Para México, esto podría significar un entorno comercial más incierto y potencialmente adverso, con un mayor riesgo de barreras comerciales que afecten a la exportación de productos clave como automóviles y productos agrícolas.
La contienda entre Kamala Harris y Donald Trump presenta dos visiones opuestas no solo para Estados Unidos, sino también para México y su relación bilateral.
Mientras Harris parece ofrecer un enfoque más colaborativo y estructurado en temas de migración y crimen organizado, Trump es más directo y menos flexible, lo que podría suponer un desafío mayor en términos de diplomacia y cooperación binacional.
En el comercio, el enfoque de Harris promete estabilidad bajo estándares rigurosos, mientras que el proteccionismo de Trump podría traducirse en barreras comerciales imprevistas. En ambos casos, México deberá prepararse para navegar en un entorno que, aunque incierto, define aspectos esenciales de su seguridad, economía y bienestar social.
Lo que debe estar claro es que, en todo caso, tanto republicanos como demócratas han hecho siempre lo que es “más conveniente” para los intereses de su país. Creer que una u otra opción traerá per se beneficios para México sería un error. Por eso es de suma relevancia entender la dinámica del Congreso norteamericano; comprender cuáles son los poderes fácticos representados en sus Comités parlamentarios; y cuáles son las lógicas regionales a las que responden las y los representantes más poderosos.
Lo queramos o no, las definiciones que se tomen en lo económico y lo político en nuestro vecino del norte, resulta, no incluyente, sino determinante de nuestras definiciones internas; y en buena medida, de nuestras capacidades para garantizar o no, la construcción de un curso de desarrollo que nos lleve a la generación de condiciones universales de bienestar. Eso, y nada menos es lo que está en medio de lo que habrá de decidirse en el todavía, país más poderoso del mundo.
Investigador del PUED-UNAM