Cuando cayó en cuenta que ya estaba en territorio de los Estados Unidos, Ismael “Mayo” Zambada entendió que su “reinado” y sus días de gloria habían concluido. “Sólo traicionándome pudieron conmigo”, le espetó a su ahijado Joaquín Guzmán López quien acordó con agentes estadounidenses secuestrar al capo en un suburbio de Culiacán. Una traición al “Zeus” del “Narco Olimpo”, quien precisamente comenzó su ascenso traicionando a su antiguo jefe: Miguel Ángel Félix Gallardo, el también llamado, “Jefe de jefes”.
La traición del Mayo Zambada a Félix Gallardo se fraguó cuando aún estaba bajo sus órdenes, junto con su compadre Joaquín Guzmán Loera, “Chapo” y Héctor Luis Palma Salazar, “Güero Palma”. El resultado de esa traición fue el asesinato de nueve personas cercanas al Jefe de Jefes entre familiares y sus operadores. El más importante: su abogado que transmitía las órdenes a sus lugartenientes, quien además lavaba el dinero de Félix Gallardo. Ese crimen masivo se conoció como “La Masacre de Iguala”, otra noche trágica en el poblado maldito en donde un grupo de sicarios al servicio del Mayo, el Chapo y el Güero Palma abandonaron nueve cadáveres.
El abogado Federico Livas Vera, miembro prominente de una poderosa familia de Monterrey que comenzó su carrera como Subprocurador de la Delegación Federal del Trabajo en la década de 1960, fue el principal objetivo de esa masacre por varias razones. Desde que Félix Gallardo fue detenido en 1989 gracias a otra traición -del policía que mantenía en su nómina Guillermo González Calderoni– quedó preso en el Reclusorio Sur del ex Distrito Federal. Desde esa cárcel siguió en contacto con su organización a través de un teléfono móvil pero principalmente con Livas Vera, quien transmitía las órdenes del “jefe de jefes” a sus subordinados.
Para esa época el máximo capo del Cártel de Guadalajara ya había dividido su organización en tres secciones: Tijuana con los hermanos Arellano Félix al frente; Sinaloa con Mayo Zambada a la cabeza y Ciudad Juárez con Amado Carrillo. Cuando estuvo al frente de su organización Miguel Ángel Félix no se comportaba como los tradicionales narcotraficantes. Se transformó de ex policía a un “Barón” de las drogas que se confundía como empresario usando finos trajes y elegantes corbatas. Alcanzó a formar parte del Consejo de Administración del banco regional Comermex y estrecho amigo de políticos sinaloenses, entre ellos destacó el gobernador Antonio Toledo Corro (1981-1986) a quien visitaba frecuentemente en su residencia.
Sinaloa es la cuna del narcotráfico en México desde que la comunidad china arribó a las ciudades del pacífico mexicano, a finales del Siglo XIX, y descubrió que la Sierra de ese estado era propicia para sembrar la amapola de la cual se extrae la goma de opio. Para principios de la década de los años treinta creció un movimiento xenofóbico que buscó expulsar a los chinos de Sinaloa y Sonora, quienes ya controlan el contrabando de heroína que se distribuía en California, Estados Unidos. Los agricultores sinaloenses que heredaron la siembra de la amapola y por consecuencia el contrabando de opio fueron llamados “gomeros”. Félix Gallardo y sus socios Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, “Don Neto”, eran los modernos herederos de esa tradición.
En el Reclusorio Sur, Félix Gallardo también coincidió con otro destacado jefe del narcotráfico: Juan José Esparragoza Moreno, alias “el Azul”. Cada uno tenía un piso para ellos solos. Una cancha de tenis y un cocinero traído desde Culiacán. Ambos eran visitados constantemente por personajes del mundo de la farándula y deportistas que acudían a sus alegres fiestas y bacanales, entre otros: El Púas Olivares y una jovencita llamada Alejandra Guzmán, según contó Federico Livas a sus amigos íntimos de Monterrey. Uno de ellos fue entrevistado y contó este relato.
La fuente mencionó que el abogado Livas Vera también les ofreció a sus amigos, conocidos o socios préstamos para que iniciaran negocios, que iban desde los 10 mil dólares hasta los 250,000, con un interés entre el 17% y 20%. Varios lo rechazaron porque conocieron de dónde provenía el dinero y las consecuencias que tendrían si fallaban en recuperar la inversión.
Federico Livas mantenía una oficina de su despacho con varios abogados en la Ciudad de México para atender las constantes órdenes de Miguel Ángel Félix. La tarde del 3 de septiembre de 1992 el distinguido preso del Reclusorio Sur recibió una llamada urgente a su teléfono móvil que provenía de la casa de su madre. Un familiar denunciaba que un grupo de policías que lo conocían amenazaron con detenerla. Félix Gallardo ordenó a Federico Livas que acudiera con varios de sus hombres a resolver la situación que ocurría en lujosas residencias en otro punto del sur de la ciudad. Uno de los abogados que debió acompañarlos tuvo la suerte de que le ordenaron que atendiera una audiencia pendiente para tramitar un amparo a un medio hermano de Félix Gallardo, “quien había sido secuestrado 24 horas antes en Guadalajara por supuestos agentes federales”.
“Al medio día del 3 de septiembre de 1992 una Suburban guinda, sin placas y con un golpe en la parte delantera se estacionó frente a la casa de la madre de Miguel Ángel Félix Gallardo, en Jardines del Pedregal. Entraron por la fuerza gritando que eran agentes federales. Al frente de ellos, vestido con gorra y chaleco negro de la Dirección General Antinarcóticos, estaba Ramón Laija Serrano El Coloche, antiguo hombre de confianza de Félix Gallardo, quien más tarde se convirtió en cuñado y lugarteniente de Héctor Luis El Güero Palma. Lo acompañaban otros cuatro tipos”, contó el periodista Juan Carlos Romero Puga en un reportaje publicado en la revista Letras Libres.
Las mujeres de la casa, entre ellas la madre de Miguel Ángel Félix Gallardo, fueron encerradas en una recámara pero antes permitieron que llamaran a su hijo.
“Los pistoleros no tenían interés ninguno en ellas; sus objetivos eran Alberto Félix Iribe, Alfredo Carrillo Solís y Ángel Gil Gamboa. Cuando arribaron a la casa de la madre de Félix Gallardo, los abogados Federico Alejandro Livas Vera y Teodoro Ramírez Juárez la emboscada ya estaba preparada así que fueron sometidos, junto con los hombres que los acompañaban. Después de revisar y saquear la casa, los pistoleros se trasladaron a otra residencia de la colonia Barrio del Niño Jesús, en Coyoacán, barrio de la Ciudad de México. En ese sitio la Suburban derribó el portón, bajaron varios hombres armados diciendo ser agentes federales y que sin más se llevaron a Marco Antonio Solórzano Félix. “Antes de sacarlo envuelto en un cobertor, barrieron con objetos y alhajas de la casa”, precisó el texto de Romero Puga.
El día siguiente, 4 de septiembre, las autoridades localizaron nueve personas asesinadas en las inmediaciones de Iguala, Guerrero: Cuatro familiares de Félix Gallardo estaban en la lista de las nueve personas: Marco Antonio Solórzano Félix, José Félix López, Alberto Félix Uribe y José Manuel León López. Sus abogados Federico Alejandro Livas Vera y Teodoro Ramírez Juárez. Además, Ángel Gil Gamboa, Alfredo Carrillo Solís y Mario Domínguez Hernández.
Antes de matarlos, los pistoleros al servicio de Mayo Zambada, el “Chapo” y el “Güero” Palma torturaron a los abogados para que confesaran los secretos o quizás sobre la fortuna de Félix Gallardo. A uno de ellos le pasaron sobre la cabeza las llantas de la pesada camioneta Suburban. A Federico Livas le cortaron el dedo índice, una forma de señalar como “delator”.
Poco tiempo después de esa traición, Miguel Ángel Félix perdió sus privilegios en su “resort” del Reclusorio Sur. Fue trasladado a Puente Grande, una prisión de máxima seguridad, y a partir de su estancia en ese presidio quedó destituido de su rango de “Jefe de jefes”. Tras la caída del monarca, comenzaba el reinado del discreto Mayo Zambada en Sinaloa.
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