¿Cómo se da la apropiación y el aprendizaje del lenguaje en un niño? ¿Cuáles son sus implicaciones? Para el escritor de origen argentino, Andrés Neuman (1977), desde hace algunos años la paternidad y la crianza se han convertido en parte seminal de su proyecto literario.
Primero publicó Umbilical y apenas edita Pequeño hablante (Alfaguara), un volumen tan poético como entrañable que indaga sobre la relación padre-hijo, de una manera trasparente y sin concesiones.
¿En qué momento se convirtió la paternidad en un proyecto literario?
La verdad es que no hubo nada programado, simplemente salieron. Son dos libros que abarcan los primeros años, en este caso de la vida de mi hijo. Umbilical trata de la fase preverbal de la vida, cuando todavía nos relacionamos con la gramática del cuerpo; y Pequeño hablante registra el par de años en el que adquirimos nuestra lengua materna. Ambos cubren una etapa fascinante de nuestra vida, sin embargo, de esos tres o cuatro años, de los cuales no recordamos prácticamente nada pese a que nos marcan los cimientos de nuestra memoria e identidad. Me parece muy misterioso que los años que conforman nuestra identidad básica estén destinados al olvido y, de una manera literaria, me fascina pensar en cómo nos acostumbramos a hablar nuestra lengua. Si acompañas el crecimiento de una criatura te das cuenta el enorme trabajo que cuesta aprender a hablar, la maratón que hay desde el balbuceo hasta la sintaxis. Me parece conmovedor ver cómo la gramática creció en mi hijo y transformó nuestro vínculo amoroso y su forma de estar en el mundo.
¿Reflexionar sobre esto reconfiguró tu trabajo como escritor y padre?
Fue un gesto instintivo empezar a escribir sobre esto. Podemos sacar conclusiones, pero no había una intención especial. Me resultaba acuciante iniciar un diálogo con mi hijo cuanto antes. Yo perdí a mi madre muy joven, de modo que se bien que los padres y madres no duran para siempre y suelen quedar conversaciones interrumpidas o jamás desarrolladas, por lo mismo me parecía lindo imaginar un diálogo con mi hijo desde su primer día de vida. A través de estos libros quise hacerle un regalo de bienvenida al mundo. Al mismo tiempo pude hacer introspección y poner en claro mis dudas, temores y placeres con respecto a la paternidad, es decir, sirvieron para sentirme más preparado dentro del horizonte de vulnerabilidad e inseguridad que hay en la crianza. La escritura se convirtió en un refugio de reflexión para asumir y celebrar los placeres que puede haber entre padres y criaturas. Me parece que está poco explorado en la literatura y es un semitabú cultural, no es un tema del que solamos hablar. Históricamente hemos delgado en las madres la crianza y la reflexión colectiva sobre este tema. Siempre ha habido padres involucrados, pero cada vez somos más quienes nos involucrarnos en los cuidados y la crianza diaria, con nuestras torpezas y limitaciones, claro, pero creo que esto puede generar una literatura interesante.
Pero en tu generación parece que empieza habar este ejercicio, pienso en autores como Alejandro Zambra, Eduardo Halfon y tú…
Es cierto, pero también hay una ilusión óptica. Cuando se habla de esto se menciona a los mismos autores. Todavía somos pocos. Me hace gracia hablar de una moda de las nuevas paternidades, primero porque me parece una etiqueta horrenda y segundo, porque ninguna moda se sostiene en media docena de libros. Estamos muy lejos de ser una moda, aún es un fenómeno a contracorriente e incipiente, nunca mejor dicho estamos en pañales al respecto. Alejandro ha hablado del goce y estoy de acuerdo con él, no todo es cumplimiento del deber y sacrificio, como se ha manejado en las versiones predominantes de la paternidad. Culturalmente hemos crecido entre dos opciones: huir y salir corriendo, o bien cumplir con el deber, pero como si esto fuera acudir al ejército a regañadientes. No hay un referente de goce, cuando lo cierto es que la crianza puede ser divertida, placentera y conmovedora. El imaginario de la paternidad está marcado por el padre violento, es decir, el bíblico o tóxico; el ausente, que implica al modelo Pedro Páramo; y el heroico, al que se ve como todo poderoso o ciudadano ejemplar. Esos tres modelos no ayudan a pensar la realidad cotidiana de la crianza, entonces instalar una opción de goce me parece importante.
Y esto tiene que ver con tu libro porque al hablar o nombrar estos referentes las niñas o niños desarrollan la memoria.
Claro, en Pequeño hablante hay una exploración sobre cómo se configura la memoria del pequeño protagonista, su idea de la identidad y el manejo de su lengua. A lo largo de mi vida he tenido tres pasiones: la lingüística, estudié filología; trabajo de manera cotidiana con la palabra; y ahora es la pasión por mi hijo. A partir de la confluencia de las tres me pareció interesante tomar notas de cómo ha cambiado la idea que nuestro hijo tenía de sí mismo y su vínculo con los demás, a medida que se desplegaba la gramática. Al principio el mundo es un conjunto de sustantivos, todos los objetos están en búsqueda de su nombre; después se agrega el adjetivo, que es la relación que tenemos con esos objetos, eso ayuda a comprender la dimensión de nuestro cuerpo; después aparicen de los pronombres. Con el manejo de los adverbios se establece una relación con el tiempo y espacio, así es como llegamos a los tiempos verbales. Para mí la diferencia entre un bebé y un niño, al menos con mi hijo, se dio cuando por primera vez lo escuché conjugar en pretérito, ahí me pareció que terminaba una etapa del presente. Un bebé se relaciona con lo que está al alcance de la mano, es una criatura del aquí y el ahora, pero cuando podemos nombrar lo que no está o lo que se fue, inicia otra conciencia. En Pequeño hablante hay una exploración en las consecuencias emocionales de los aprendizajes lingüísticos y de su reflejo en los vínculos afectivos.
¿Piensas en tu hijo cuando escribes? ¿Cómo te gustaría que leyera los libros?
Me da mucho miedo eso, le he leído de miles de horas, pero nunca una línea de estos libros. No quiero que lo sienta como una imposición, ni que se sienta obligado a leerlos. Me gustaría que los leyera de manera natural y que cuando lo haga se sienta querido y bienvenido. Si cuando los lee estoy aquí tendremos un tipo de conversación, y si cuando los lee, ya no estoy será otra, algo como la que tengo con mi madre, su abuela fantasmagórica. Él sabe que los libros existen, cuando vamos a una feria del libro los firmamos entre los dos, yo pongo la dedicatoria y él un garabato, ha firmado cientos de ejemplares, pero no le hemos leído ni una línea. Espero que sea un regalo que atesore a lo largo de su vida, Como padres y madres nos corresponde trabajar en su memoria futura y una forma de hacerlo es fabricar recuerdos que abriguen y acompañen.
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